jueves, 25 de julio de 2013

LA FRAGILIDAD DE LA VIDA

 
Hace algunos años , un día muy parecido al de hoy, en pleno mes de julio, con el sol abrasando las llanuras de Castilla, salía de casa para dirigirme a una de las dos grandes estaciones de tren de Madrid, la estación de Chamartín, de donde salen y a donde llegan los trenes que unen el norte de la Península Ibérica con el centro de España. Llevaba una pequeña maleta con las cosas imprescindibles que necesitaría para pasar unos días en el lugar de destino, sin olvidarme , aunque era el mes de julio, ropa de abrigo , un impermeable y un paraguas porque a Galicia , incluso en pleno verano, hay que viajar preparado para cualquier sorpresa del clima y en la misma maleta tienen que compartir espacio los bañadores para sumergirse en las frías aguas de las hermosas playas  de las rías con los jerséis y chaquetas que puedas necesitar en los días de lluvia y nubes, en los que el viento del norte parece querer llevarte al otoño. Las estaciones son lugares que siempre me han gustado, mucho más que los aeropuertos, aunque no tenga muy clara la razón. Tal vez el tren me parece más humano y más natural que subir en un avión, que  siempre te hace sentir como si desafiaras el orden natural de las cosas. El hombre no está hecho para volar, decían nuestros antepasados, y nosotros hemos violado esa norma y surcamos los cielos en grandes naves que pueden transportar en su interior cientos de pasajeros, pero nunca te olvidas que debajo de tus pies se halla un abismo de kilómetros. Sin embargo, el tren transmite seguridad, y, en los modernos vagones de nuestros días, los largos viajes de antaño quedan reducidos a unas pocas horas , devorando el espacio a más de doscientos kilómetros por hora, sin baches aéreos, sin pérdidas de equipaje, sin largas esperas en el aeropuerto, sin esa tensión que siempre sentimos en un avión. Definitivamente prefiero el tren.
 
Recuerdo que aquel viaje me lo pasé en gran parte leyendo una novela de un escritor inglés, aunque olvidé su nombre, comí un pequeño bocadillo que me preparé en casa , repasé el periódico que había comprado en la estación y después me sumergí en ese estado de somnolencia entre el sueño y la vigilia, donde todo parece  flotar y adoptar un aire de irrealidad, acunado por el ruido monótono de los vagones sobre las vías. Cada cierto tiempo el tren se detenía en alguna de las estaciones del camino, había personas que bajaban del vagón, siempre con esa curiosa inquietud y prisa , con el temor de que el tren reinicie la marcha antes de que puedas abandonarlo. Y después del revuelo, de nuevo la calma, el sonido monótono del tren, el sueño que regresa. Y así pasan los minutos y las horas , hasta que una voz anuncia que la próxima parada es tu destino, Santiago de Compostela. Como casi todos los pasajeros en el vagón busqué mi teléfono móvil para llamar a mi abuela y mi tío que me estaban esperando ya en la estación de Santiago. "¡Hola! Ya estoy llegando. Creo que en unos cinco minutos estaré allí. ¡Ahora nos vemos!" Imagino que diría algo muy parecido a esto. En apenas unos minutos estaría con ellos y disfrutaría de unos días de vacaciones en Galicia. En aquel momento el viaje era largo, tardabas unas siete horas, pero aún así se te pasaban en un suspiro . De nuevo el nerviosismo de los pasajeros del vagón antes de llegar a la estación, el revuelo de equipajes , las prisas por situarse ante la puerta, las ganas de ver a la familia que te estaba esperando. Por fin, el tren hace su entrada en la estación, se detiene, las puertas se abren, comenzamos a bajar y a buscar con la mirada a la familia ¡¡Allí están!! Abrazos , risas, "¿Qué tal el viaje? Deja que te lleve el equipaje".
 

Podría incluir muchas fotografías impactantes de este accidente pero aunque sin duda me proporcionarían más lectores porque son las fotografías más buscadas en la red, prefiero dejar testimonio en el Mentidero de como sucedió el accidente  , porque será una de esas tragedias que quedará en los libros de historia por el elevado número de víctimas y , también, por la conmoción que causa en la sociedad un accidente tan grave en el transporte que la mayoría de nosotros consideramos el más seguro que hay, como así es  ,pues apenas hay accidentes en las últimas décadas, pero la posibilidad siempre existe. En el gráfico vemos el punto en el que el tren descarriló apenas a cuatro kilómetros de Santiago de Compostela, un lugar al que muchos iban para celebrar las fiestas de Santiago Apóstol que tenían lugar justo en el día en que estoy escribiendo, 25 de julio.  Se produjo en una curva donde la velocidad está limitada a 80 km/h aunque el tren la tomó a una velocidad de entre 10 y 190 km/h sin que de momento se conozcan las razones de este exceso de velocidad. Hay muchas versiones y especulaciones, pero considero que hay que dejar el tema en las manos de los expertos antes que ponernos a buscar responsables  (Imagen procedente de http://www.elpais.com ) 

 
 
 
Una escena que se repite cada día en cada estación en cualquier rincón del mundo. Algo cotidiano, normal, tanto que no le damos importancia y ni se nos pasa por la cabeza que en cada viaje hay un riesgo, porque además, si lo hiciéramos, viviríamos siempre con temor. Una escena muy parecida a esta es la que vivían ayer 24 de julio, víspera de la fiesta de Santiago Apóstol, los 218 viajeros más la tripulación que llenaban los vagones del tren modelo Alvia 151 que cubría la línea que une Madrid con la localidad coruñesa de El Ferrol, aunque una de las estaciones principales, y más aún en un día como ayer víspera de la gran fiesta de la ciudad, es Santiago de Compostela. Al igual que yo aquel día de hace unos años, al igual que los miles y miles de viajeros que año tras año han hecho el mismo recorrido, iban confiados, leyendo, escuchando música, hablando de la actualidad, durmiendo, tomando algo en el vagón restaurante o, tal vez, haciendo un nuevo amigo o amiga o conociendo a un posible futuro amor, porque los trenes son también un lugar de encuentro. Todo va como siempre, con esa monótona cotidianeidad a la que no damos mayor importancia, precisamente porque es lo normal, lo que sucede todos los días una y otra vez. Por fin , nos acercamos a Santiago de Compostela, apenas nos separan cuatro kilómetros de nuestro destino, deben de ser las 20:30 hrs, porque nuestra llegada está prevista para las 20:41. De nuevo los teléfonos móviles comienzan a salir de los bolsillos para llamar a la familia y anunciarles que ya estamos llegando. Dentro de poco nos veremos, nos abrazaremos y nos preguntarán  "¿Qué tal el viaje? Deja que te lleve el equipaje". Estiramos los brazos y las piernas, un poco entumecidas después de tantas horas sentados. Estamos apunto de llegar
 
Pero eso que llamamos normalidad muestra al segundo siguiente su extraordinaria fragilidad. El vagón vibra, se oye un fuerte estruendo, de pronto nos vemos lanzados contra el techo, contra la ventana, contra el asiento delante nuestro. Gritos, golpes, confusión, dolor, oscuridad. Unos segundos después, ¿o son minutos u horas?, abrimos los ojos, sentimos un dolor sordo en el brazo, el vagón está oscuro, se oyen lamentos , llantos, hay cuerpos inmóviles de los que no surge ningún sonido. Estás aturdido ¿qué ha pasado? ¡Un accidente! Has sobrevivido, tratas de incorporarte y ayudar a los que están más cerca. Hay humo, uno de los vagones se habrá incendiado. A lo lejos se oye el ulular de una sirena que se aproxima. Unos minutos después logras salir del vagón y sólo entonces eres consciente del desastre, los vagones convertidos en un amasijo de hierros retorcidos, uno de ellos está ardiendo , otros se hallan desplazados y boca abajo , después de dar varias vueltas de campaña , la mayoría de ellos atrapados entre las vías y una gruesa pared de hormigón, uno de ellos, empujado por la potencia del tren que circulaba a 190 kilómetros por hora, ha saltado por encima de una protección acristalada de seis metros de altura  como si fuera un atleta de salto de altura superando el listón, para aterrizar  al otro lado. Hay cadáveres en el suelo, se escuchan gritos , se ven a pasajeros que deambulan aturdidos, con su maleta en la mano, preguntándose que ha sucedido, rostros ensangrentados, gemidos que siguen surgiendo del interior de los vagones.
 
He pensado si incluir o no el vídeo con la imagen grabada del accidente tomada por una cámara de la vía, pero creo que al igual que lo hice con las del Tsunami de Japón forma parte de la historia de esta tragedia y he decidido finalmente incluirla.
 
 
 
 
 
Ayer , 24 de julio, poco después de las 20:30 hrs, algo muy parecido a esto es lo que tuvieron que vivir las casi doscientas cincuenta personas, entre pasajeros y tripulación , que iban a bordo del tren Alvia que hacía su recorrido entre Madrid y El Ferrol, cuando se hallaban apenas a cuatro kilómetros de su destino. El tren iba a una velocidad de entre 180 y 190 kilómetros por hora al llegar a una curva en la que la velocidad máxima estaba fijada en 80 kilómetros por hora. ¿Por qué? La investigación ya hará luz sobre ello , pudo ser un error humano o un error tecnológico, ambos a la vez o tal vez un cúmulo de pequeños errores o desgracias. Lo sabremos en su debido momento, pero para eso están los expertos que se encargarán de encontrar las respuestas y tratar de evitar que en el futuro se pueda producir un accidente similar.  Fuera por lo que fuese el resultado son ochenta víctimas y ciento sesenta y ocho heridos, muchos de ellos en estado crítico , ochenta vidas truncadas de forma imprevista, personas que como yo aquel día o como tu lector en cualquier otra ocasión, no sentían el menor temor en su viaje ¿qué puede pasar en un tren? Es algo normal, cotidiano , seguro. Es sencillo tener empatía con estas personas y con sus familias porque todos hemos sido en alguna ocasión pasajeros de un tren, de un avión , de un autobús o un barco, y también casi todos hemos esperado a alguien cercano en el anden de una estación, en la sala de un aeropuerto o en el muelle de amarre de un puerto, mirando el reloj con impaciencia y con las ganas de ver a esa persona querida a la que hace un tiempo que no vemos.   
 
El terrible accidente de Santiago de Compostela ya será aclarado por los expertos, a los demás nos queda enviar mensajes de animo a las familias afectadas, que dentro de unos días, cuando las noticias del accidente sean desplazadas por otras más actuales, se quedarán a solas con su dolor y su pérdida. No es ni bueno ni malo, es la vida que sigue su curso y aunque los demás hoy podamos compartir una pequeña parte de ese dolor, no hemos perdido a nadie allí y nuestra vida sigue dentro de lo que llamamos "normalidad", una normalidad que no podrán recuperar nunca por completo aquellos que han perdido a un familiar o a un amigo, porque su ausencia estará siempre presente de algún modo. Ausencia presente, una extraña forma de definirlo pero es la mejor que se me ocurre para expresarlo. Este es el trágico contraste entre la normalidad y la anormalidad, entre lo previsible y el azar, la fragilidad de la vida puesta al descubierto, mostrándonos la incertidumbre que siempre rodea nuestra existencia aunque la vistamos con la ropa de lo cotidiano, porque necesitamos sentirnos seguros, necesitamos la normalidad, lo cotidiano, donde lo imprevisto no tiene lugar, por eso , cuando sucede, nos quedamos conmocionados, no podemos dar crédito a lo que está sucediendo "¿por qué ha pasado esto?" "¿por qué le ha pasado eso a él, a ella, a mi padre, a mi hijo, a mi hermano, a mi amigo?" La muerte siempre llega demasiado pronto , siempre nos parece injusta, pero aún más cuando llega de forma imprevista, cuando nos arrebata lo que amamos sin avisar, es como si hubieran entrado en casa los ladrones y se hubieran llevado todo. Incredulidad, rabia, impotencia y resignación podrían ser las fases por las que una persona pasa ante un hecho como este . Incredulidad, porque no puedes creer lo que ha sucedido, rabia, porque no entiendes la razón  que justifique la tragedia, impotencia porque o puedes hacer nada para cambiarlo y resignación porque desde que el ser humano está sobre el planeta ha tenido que aceptar la pérdida y seguir viviendo.
 
La mejor fotografía de esta tragedia es sin duda la de las colas que se formaron delante de los autobuses enviados para donar sangre. Cientos de ciudadanos acudieron a donar sangre para las decenas de heridos del accidente. Ese gran misterio que es el altruismo, el entregar algo sin esperar nada a cambio, simplemente porque se trata de otro ser humano al que puedes ayudar.(Imagen procedente de http://noticias.terra.es ) 
 
El novelista francés André Malraux escribía que "La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida."  y al menos a mi me sucede que cuando acontece una tragedia de estas características, la muerte violenta y súbita de decenas de personas que un minuto antes se hallaban llenas de vida y sin temor, regresan a mi mente las reflexiones sobre la vida y la muerte. Pienso que si algo nos enseñan estas tragedias es a ser más conscientes de lo frágiles que son nuestras vidas, de los delgados hilos que nos unen a nuestra consciencia, a nuestro yo, a ser quienes somos, unos hilos que aunque nos creamos muy seguros, una leve brisa en forma de giro del destino puede romper en cualquier momento. Nuestra sociedad oculta la muerte, la teme, no habla de ella . Es verdad que reflexionar  sobre la muerte no nos permitirá hallar muchas respuestas, al margen de las que nos ofrecen las religiones. Yo, personalmente, creo en que nuestra existencia prosigue después, de alguna forma que no acierto a imaginar, pero es una creencia, no una certeza, porque no tengo medios para demostrarlo. Pero lo que si es cierto es que estoy vivo, aquí y ahora, y que no se si dentro de una hora, de un día, de una semana, un mes o un año lo seguiré estando, porque la vida es incertidumbre, inseguridad, fragilidad.  Y no, no es una visión pesimista de la vida, muy al contrario, ser consciente de esta fragilidad, de la que hechos trágicos como el accidente ferroviario de Santiago de Compostela nos hace sentir esa fragilidad con mayor viveza y nos ayudará también a valorar la vida, lo importante que es cada segundo, cada minuto y también que es lo que realmente nos importa, con quién queremos compartir ese tiempo que vamos a pasar aquí, aquello que es valioso.
 
El escritor Stefan Zweig expresaba mejor que yo lo que quería decir en el párrafo anterior "No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre." Si, la vida es frágil, y los accidentes nos lo recuerdan mejor que cualquier otro acontecimiento porque es algo súbito e inesperado, que no podemos planificar y que no sabemos cuando ocurrirá, pero eso tiene que servirnos de estímulo para vivir con plenitud, para no temer a los desafíos de la vida, para no tener que arrepentirnos de no habernos atrevido a vivir . Sabemos que la muerte nos esperará en algún recodo del camino y por eso cada día tenemos que contemplarlo como un milagro, un regalo, una oportunidad  de poder gozar una vez más del sol, del cielo, de las nubes, de la brisa, del agua del mar, del sonido de la voz, de la risa, del tacto de la piel de las personas a las que amamos. Si, la vida es frágil , pero también es fuerte, hermosa y llena de posibilidades, aprovechemos cada segundo de ella, no dejemos que pase a nuestro lado como la corriente de un río al que no permitimos que nos moje los pies, sumerjámonos en sus aguas. Hoy quiero dedicar este artículo no a las personas que murieron en el accidente, porque mis palabras ya no las necesitan , si hay un camino después de esto ya estarán en él descubriendo lo que nosotros aún ignoramos, sino a las familias y amigos que han perdido a alguien cercano. Y también a todos nosotros, amemos la vida con todas nuestras fuerzas, cada hora es preciosa, cada día un milagro y así , como decía Zweig , la vida se nos hará "más solemne, más importante, más fecunda y alegre."

2 comentarios:

rodcasro dijo...

qué horrible, descansen en paz...

christian mielost dijo...

Si Rob, la verdad es que conmociona ver las imágenes y sorprende aún más que las consecuencias sean tan graves por tratarse de un accidente de tren, porque las consecuencias recuerdan más a las catástrofes aéreas
Ojalá todos los heridos se repongan y salgan fuera de peligro pronto.

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